Digitalización para la extinción

Intervención de Paz Peña, coordinadora del Instituto Latinoamericano de Terraformación, en el evento “Tecnologías y medio ambiente: respuestas desde el Sur”, organizado por ALAI y APC, el 4 de noviembre del 20201.

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Antes de concentrarme en las respuestas desde el Sur a los desafíos de las tecnologías y el medio ambiente, quisiera reparar en algo que creo que nunca le damos el peso necesario, es decir, el desafío planetario al que nos enfrentamos como humanidad.

Se trata de la posibilidad, cierta, de la extinción humana en tan solo unas generaciones más, la que va de la mano con la desaparición de otras especies conocidas y por conocer. La extinción es, por ahora, el camino que hemos elegido, a menos que disminuyamos, drásticamente, la emisión de gases invernadero en los próximos años y, aún más, modifiquemos de raíz el modelo capitalista extractivista, colonialista y de supremacía humana que nos ha llevado a la orilla del abismo.

Tal como en el Norte Global, el desafío del Sur es luchar y rebelarse contra la extinción que hemos elegido. Pero, con matices fundamentales: el cambio del clima en nuestros territorios hará que migremos más, pero, como ya los Estados del Norte global han reforzado sus fronteras usando tecnologías como drones, inteligencia artificial y biometría, la inmigración será aún más perseguida, peligrosa y castigada. Será pura muerte. Y como ya sobrada evidencia lo indica, esa inmigración tendrá la cara de mujeres pobres racializadas.

Y mientras estemos encerradas en las fronteras del desastre, la tecnología vendrá al rescate para brindarnos seguridad alimentaria en medio de las nuevas condiciones climáticas. Hay que adaptarse, dicen. La resiliencia, repiten los evangelistas del individualismo capitalista, es la mejor característica de la humanidad. Tanto, que el derretimiento de los hielos árticos por el calentamiento global puede, de hecho, ser una oportunidad de negocio para las telecomunicaciones y, como hoy ocurre en una serie de proyectos públicos y privados en Rusia y otros países del norte, ofrecernos mejor conexión de fibra óptica, una digitalización para la extinción.

El único problema con la seguridad alimentaria digitalizada, eso sí, es que las y los campesinos en este lado del mundo, empobrecidos aún más por la crisis climática, tienen que pagarle la licencia a un multinacional que, con todos los satélites instalados en sus viajes espaciales privados, puede obtener y gestionar grandes cantidades de datos obtenidos al segundo sobre cómo asegurar los cultivos. Big data para la extinción.

Y si los campesinos no pueden pagarlo, el mercado le ofrece seguir con el monocultivo extractivista de exportación que buen dinero que deja todavía al Sur. ¿Que el monocultivo ha dejado sin agua a los territorios? ¿Que ha degradado los suelos? ¿Que hay defensores de la tierra protestando por el modelo económico capitalista extractivista que tanto empleo de sueldo mínimo le da a nuestros países del Sur? ¡A callar, terroristas! El monocultivo es la nueva infraestructura crítica de un país en “adaptación climática”. Traigan drones, cámaras, hackeen e implanten evidencia en los celulares de los agitadores, infiltren sus redes sociales, contraten granjas de bots que no los dejen ni hablar, apliquen todos los recursos tecnológicos del Estado al servicio de la protección del capital. Vigilancia tecnológica para la extinción.

Y así, suma y sigue.

Supongo que, lo que quiero decir con todo esto, es que los retos que tenemos en el Sur sobre tecnologías e impacto medioambiental no son ni futuros ni ajenos a nuestras vidas cotidianas hoy. Son el pasado muy pasado que se entrelaza con nuestro presente y futuro, son las relaciones de dominación Norte-Sur que se repiten, es la supremacía humana blanca colonialista, es el racismo y la pobreza, es el extractivismo y sus zonas de sacrificio.

Y es, por sobre todo, la promesa tecnológica de que la digitalización va a ser más eficiente el consumo de energía y, por tanto, disminuir la emisión de gases invernaderos. Una promesa intensamente desacreditada cuando se revisa la evidencia sobre cómo, con digitalización y eficiencia de tecnologías ya instaladas desde hace décadas, estamos en el periodo donde los países han emitido más gases invernadero, a pesar de la necesidad contraria urgente.

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La promesa de la digitalización en la crisis climática y ecológica que enfrentamos, no solo se debe examinar desde las emisiones de gases y su eficiencia energética, la que debe alinearse a las metas del Acuerdo de París a través de la medición de su impacto ambiental. Esto último, por lo demás, es un tema complicadísimo de calcular en la industria y que, con una influencia poco balanceada de las grandes empresas TIC, recién tiene desde el año pasado un modelo de impacto de emisiones más o menos acordado (aunque poco ambicioso todavía) y que se convirtió en estándar de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), pero, claro, solo como un “sugerido” para el sector privado, como si no supiéramos a dónde nos lleva la autorregulación ambiental.

La digitalización también debe examinarse desde el intensivo uso de recursos naturales que necesita. Y acá engancho con lo que con la investigadora y activista, Danae Tapia, escribimos para el GISWATCH 2020, y que ahora se tradujo al castellano gracias al esfuerzo de ALAI y APC.

Parte importante de la digitalización, las nuevas tecnologías de punta (tipo la Internet de las cosas) y la electrificación de la movilidad, dependen del litio, pues es un componente fundamental para las baterías de ion-litio que son capaces de almacenar la energía eléctrica.

Uno de los yacimientos de litio más importantes del mundo es el Salar de Atacama, en las alturas de la Cordillera de los Andes, en el desierto chileno. Allí, para extraer litio se utiliza minería hidráulica que emplea los escasos recursos de agua del desierto para traer a la superficie la salmuera que está debajo del Salar, para luego dejarla secar al poderoso sol de la cordillera en inmensas piscinas de colores improbables.

En este procedimiento de extractivismo minero intenso, se encuentra la raíz de la promesa de la digitalización y de la electrificación de nuestras grillas energéticas. Las energías verdes, que tanto necesitamos, como la promesa de la digitaliazación, tienen no solo una importante huella de carbono para su producción sino también un intensivo uso de minerales que, como siempre, es proporcionado mayoritariamente por las canteras del sur.

El problema, claro, es que aquello se traduce en la extinción de la flora y la fauna endémica local, exterminar las colonias microbianas milenarias que guardan respuestas para los desafíos más acuciosos de la humanidad, y significa también el desplazamiento de las comunidades indígenas históricas hacia la ciudad pues ya no tienen agua para cultivar.

La extinción para la electrificación.

La extinción para la digitalización.

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El verdadero drama (créanme, el peligro de extinción no es todavía la calamidad más importante en esta historia) es que no se puede disminuir las emisiones de carbono sin cambiar nuestro modelo de desarrollo capitalista, lo que parece ser, realmente, la barrera más grande. El drama es que seguimos en un estado de negación que, encendido por las fantasías del hombre científico y económico occidental (digo hombre, intencionadamente), esperamos que una gran invención tecnológica nos salve.

Y es verdad: la tecnología será, tiene que ser, sí o sí, parte de a complejísima trama de respuestas ante la crisis climática y ecológica. Sin embargo, desde las políticas del pragmatismo más duro, sabemos que no tenemos tiempo para desarrollar las tecnologías a la escala planetaria que necesitamos, en la constricción de tiempo que sufrimos.

Por eso la comunidad científica, académica y activista repiten cada vez con más vehemencia que las respuestas han estado siempre al frente de nuestras narices. Y las respuestas del Sur las tiene el Sur, también en el contexto tecnológico. En ese contexto, debemos:

Muchas gracias,

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