Repensar el estatus del agua en las tecnologías digitales

Por Paz Peña O.

Quizás el Día Mundial del Agua, que se celebra este 22 de marzo, pueda ser una excusa para conversar sobre lo fundamental que es este elemento para el despliegue de las tecnologías digitales y cómo su uso intensivo trae conflictos socioambientales que no estamos acostumbrados a escuchar. ¿No es acaso la digitalización y la economía digital el paso necesario para la sustentabilidad? ¿No será la innovación tecnológica la misma que solucionará los usos intensivos de recursos como el agua?

América Latina, en este panorama, tiene un variado catálogo de conflictos socioambientales debido al uso del agua por las tecnologías digitales. Solo por nombrar algunas, están: la minería hídrica con la que se extrae el litio en el desierto de Atacama, elemento fundamental para las baterías de nuestros dispositivos digitales y que ha forzado desplazamiento de poblaciones indígenas además de otras especies nativas; el uso intensivo de agua de los data centers a hiper-esacala (¡la nube!) para enfriar sus equipos y que afectarían el consumo humano de agua como la alimentación de ecosistemas fundamentales como los humedales; a lo que se agrega el uso hidro energético intensivo para minar cripto que, en plena transición energética, levanta la pregunta de cómo se decide socialmente en qué se invierten las energías limpias.

En países de nuestro continente que, irremediablemente, se ven enfrentados a sequías históricas debido a la crisis climática, es urgente que este tipo de proyectos rindan cuentas sobre el agua en los territorios donde se instalan. Lo que nos lleva al clásico problema del capitalismo globalizado en que empresas multinacionales se instalan en territorios donde no pertenecen y no existe ningún lazo ni cultural ni sentimental, sino solo una relación meramente comercial y/o de extractivismo. Allí, las únicas formas de rendición de cuentas son las obligadas por la ley -si es que hay ley- y, claro, si es que no hay alguna autoridad que, motivada por la inversión y/o por la corrupción, se salte la ley.

Por su lado, la rendición de cuentas desde la industria es tibia, si es que del todo existente. Para muchas de las empresas la utilización del agua es un secreto industrial, por lo que en ese ambiente de total confidencialidad, hay una apuesta al todo o nada a la promesa futura de que la innovación tecnológica hará eficiente el uso del agua, en sus términos y a su conveniencia.

El panorama debería abrir conversaciones profundas en el continente, sobre todo ante el poder económico, político y cultural de los actores tecnológicos: ¿cuál es el papel de América Latina como territorio habilitador de las tecnologías y la economía digital en plena crisis climática? ¿Cómo pueden las comunidades locales, que ya están en plena movilización por estos proyectos, tener mejores formas de incidencia para la rendición de cuentas tanto de autoridades como de la industria?

Y, quizás más particularmente, ¿cuál va a ser el estatus que le debemos dar al agua en el despliegue de proyectos digitales? Debemos trabajar urgentemente por desechar la idea que el agua es un recurso de segunda clase en la sustentabilidad de las tecnologías digitales. En este sentido, es necesario crear una cultura en la tecnología digital que eleve el estatus del uso del agua, de modo que, tanto en el diseño de productos y servicios como en la rendición de cuentas a comunidades y autoridades, se cuente con, al menos, tres componentes: altos rangos de eficiencia en el uso de agua, se asegure el consumo humano y de su hábitat así como de otros usos habilitados en los territorios, y se fijen estándares de transparencia en su utilización y evaluación periódica.

Repensar el estatus del agua en las tecnologías digitales es urgente en América Latina si queremos evitar la conflictividad social y, claro, sobrevivir en un planeta radicalmente distinto.

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